lunes, 2 de julio de 2012

El bien y el mal. Joven caballero en un paisaje de Vittore Carpaccio (1510).

   Oberva bien el cuadro. Fíjate en los animales que aparecen, en las flores... en sus formas y colores. El cuadro es un conjunto de símbolos del código caballeresco. Toda una alegoría misteriosa... Mira arriba, el halcón reposando a la derecha y en incierta lucha a la izquierda; aves blanca y negra, una arriba, otra abajo... Constraste también en las azucenas: la virtuosas blanca y la negra, la lealtad del perro, la fortaleza del roble, la pureza del armiño cerca de un árbol truncado y una inscripción:
Malo mori quam foedari, 'antes morir que mancharse'. Sí, parece que el caballero repetido (¿quién sino él más joven al fondo?) por causa del tiempo en su marcha se ha topado con el horror en la batalla. Su ingenuidad ha muerto, pero ahora que lo conoce está mejor preparado para luchar contra el mal.
   El cuadro se titula Joven Caballero en un Paisaje. El paisaje no es sino extensión del caballero mismo. De lo vivido y del porvenir.
  ¿Qué más símbolos destacarías en este alegórico retrato? Por cierto, antes que nada busca en la wiki qué es un símbolo y qué una alegoría.


2 comentarios:

  1. Esta hermosísima pintura tardo medieval confirma, en mi opinión, todo el antagonismo del mundo caballeresco. Amores sublimes y crueldades bélicas; abnegación por ideales y prosaica vida cuartelaria. Cualidades que cobran realidad en el personaje RODRIGO de las ERAS del relato homónimo que conecta este cuadro con mi libro de este título.
    Este retrato del veneciano Carpaccio ennoblece bellamente el final de una era oscura, pero brillante en la parafernalia que ornamenta su memoria.

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  2. Esta hermosísima pintura tardo medieval confirma, en mi opinión, todo el antagonismo del mundo caballeresco. Amores sublimes y crueldades bélicas; abnegación por ideales y prosaica vida cuartelaria. Cualidades que cobran realidad en el personaje RODRIGO de las ERAS del relato homónimo que conecta este cuadro con mi libro de este título.
    Este retrato del veneciano Carpaccio ennoblece bellamente el final de una era oscura, pero brillante en la parafernalia que ornamenta su memoria.

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